martes, marzo 01, 2005

Cuando hasta la locura ha muerto.

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Dieron las once y media, y con la ultima fumada a mi cigarro, apagué también la esperanza de dormir temprano. Me levanté y ya que no podía dormir, me dispuse a escribir alguna historia, busqué las ultimas notas de aquel cuento empezado, uno sobre halcones que por alguna razón, me detenía por la terminología. Aquel cuento que pensaba regalarte por tu cumpleaños.

Busqué una pluma, el cuaderno de siempre y me tumbé sobre la cama, releí lo que llevaba escrito y retomé la historia, era sobre un viaje que hicimos juntos, ¿lo recuerdas? No tenía ganas de escribir, preferí recordar, cerré los ojos y volví a encontrarme en esos llanos desiertos, llenos de sol y camaradería.

Te vi claramente, allí parado, con tu halcón en la mano, con esa expresión tan tuya de concentración, con el leve temblor de manos que acompaña todos tus movimientos cuando te sientes excitado por alguna actividad. Volví a sentir ese cosquilleo de admiración, cuando te veía realizar la tarea que más amas.

Con los ojos aún cerrados tomé el teléfono que estaba a mi lado y dudé sólo un momento, porque pensé que estarías dormido, daba igual, quería llamarte para acompañar esa imagen tan vívida con el sonido de tu voz, pero no lo descolgué, ¿qué iba a decirte?, ¿Te llamo para recordar? Demasiado inmerso en el mundo real, seguramente te molestaría despertarte, al día siguiente habría trabajo y tus horas de sueño son sagradas.
Dolorosamente he aprendido que es mejor esperar a mañana, pero para entonces los sueños se habrán esfumado y quizás sólo haga una breve referencia, - Anoche estaba acordándome de ti, de cuando fuimos a Aguascalientes- tu asentirás o guardarás silencio, y ya no habrá cabida para decirte con que amor evoco a veces tu presencia, ni cómo deseo tan sólo ponerle sonido a algún recuerdo viejo, de esos que te llenan de amor, o de nostalgia.

Volví a dejar el teléfono a un lado y de repente el recuerdo se rompió, como cristal, en añicos y abrí los ojos, demasiado rápido pues la luz me cegó por un momento, estaba tan lejos de aquí; sin embargo la sensación fue muy clara, ya sin dudar, levanté el teléfono y marqué tu número, estaba ocupado, y con mi típica costumbre de hacer dos intentos, llamé de nuevo.

El teléfono simplemente se quedó mudo, estaba a punto de colgar cuando oí un chasquido, y tu voz, en la mitad de una palabra, en la mitad de una frase, en la mitad de una conversación que no debí haber escuchado nunca. Sólo por un momento pienso que hablas conmigo, estas usando ese tono especial y sonrío al escucharte decir una frase cariñosa. Es entonces cuando tomo conciencia de que yo no he hablado, no puedes saber que soy yo, ya nos habíamos despedido y yo no suelo llamarte durante la noche, creo que nunca lo he hecho.

Entre el desconcierto y la sorpresa, sé lo que vendrá incluso antes de escucharla a ella, y trato de advertirte que no rompas nuestros sueños, que no digas una palabra más, y así grito tu nombre, pero tu sigues hablando sin el menor atisbo de sorpresa, y me doy cuenta de que no me escuchas. Intento colgar, prefiero no oírlo, pero me paraliza la desilusión cuando la oigo a ella, cuando escucho su voz, su acento, el tono amoroso en que se dirige a ti.

Pienso que soy una experta en tonos mientras apago la luz y me decido a escuchar en un extraño aletargamiento, busco a tientas la cajetilla de cigarros que está por terminarse y me recargo en el mismo sitio desde donde hablo contigo cada noche, desde donde escucho las mismas palabras de amor, sólo que dirigidas a otra voz, a un ser sin forma.

Empiezo a imaginarla, ¿cómo será?, Tiendo a ponerle cara a esa sombra que se cierne indefinible sobre la felicidad de mis días, la imagino rubia y no muy alta, quizá sea gorda, no muy delgada, de rasgos finos y manos pequeñas, es curioso en lo que piensa uno cuando la mitad del cerebro está escuchando y descubriendo la dolorosa verdad.

Continúo atenta a tu voz mientras tu evocas los momentos que has pasado con ella, los besos que se dieron bajo la lluvia de Noviembre y de repente descubro quien es, ya me habías hablado de ella, pero tu versión no concuerda con los hechos, entonces me río, a carcajadas pues de repente lo entiendo todo, me río para no llorar, para reprimir el impulso de destrozar el aparato al que considero culpable.

Y es entonces cuando me doy cuenta que te amo, cuando empiezo a temblar escuchando la dolorosa realidad, las palabras empiezan a parecerme un desordenado rompecabezas sin sentido, le dices que le amas, que en el mundo no hay nadie como ella, le dices que su voz te enloquece, le preguntas que lleva puesto. No puedo escuchar más y dejo el teléfono sobre la cama, mientras busco desesperada la cajetilla de cigarros nueva que guardo como repuesto.

No sé cuanto tiempo ha pasado, vuelvo a tomar el aparato y mientras las lágrimas recorren mis mejillas, te escucho decirle que no tienes ninguna otra relación, que sales con dos mujeres, nada serio, que sólo a ella amas y entonces recuerdo todo el tiempo que hemos pasado juntos, los planes, los sueños, que tan fácil niegas ahora. Y no puedo evitar, en un gesto infantil, mirarme las manos, mirarme al espejo, para comprobar que existo, que hemos vivido juntos muchos meses, que hasta hacía un momento yo era tu novia, tu decías que tu futura esposa; pero te escucho decirle lo mismo, dirigir hacia ella lo mismo que soñamos para nosotros.

Escucho el nombre que piensan ponerle a la hija que algún día tendrán, el mismo que tu y yo habíamos acordado: Maria Fernanda, me abrazo a mi misma y empiezo a repetir en un tono monótono: Sé fuerte. Mi voz se confunde con sus palabras, y así transcurren indescifrables minutos, que pronto se convertirían en horas de frío y lágrimas.

Oigo impasible tu promesa de salir al día siguiente a verla, fuera de México, prometes visitarla este fin de semana, prometes hablar con ella y arreglarlo todo, ella te reclama tu ausencia y tu pides perdón, aduciendo que te estabas divorciando para poder estar juntos para siempre, y entonces vuelvo a reír, por Dios! Inclusive utilizas las mismas frases que conmigo.

Es inútil relatar todo lo que escuché, lo importante es que el hombre que amé, en quien confié tenía otra mujer, con la que me engañó, precisamente el día de nuestro aniversario, recuerdo las tres mil excusas que pusiste por no haberme llamado ese día, ahora comprendo que estabas muy ocupado diciéndole: “No puedo dejar de besarte bajo la lluvia”

Colgué el teléfono y no prendí la luz, me quedé bebiendo sombras, aspirando dolor en cada bocanada de aire, mientras sin fuerzas ya, lloré hasta caer exhausta y perdida en un sueño inquieto, me despertó el tamborileo suave de la lluvia contra mi ventana y entonces mi mente en una especie de rechazo se cubrió de un velo frío de indiferencia, me levanté y cerré las cortinas, las ventanas, las puertas, todo en un intento vano de dejar de escuchar el odioso sonido de la lluvia, que desde entonces me recuerda tu infidelidad.

El amor conlleva un poco de locura, y si la locura es una enfermedad, ese día gracias a mi dolorosa cura, deje de soñar, y me sorprendió la dolorosa parsimonia con la que deshice la cama y me acosté envuelta en mantas que no alcanzaban para acallar el frío en mi viejo corazón de hielo.

A veces para matar un amor, cuando hasta la locura ha muerto, no se necesita tener la sangre fría de un asesino, tan sólo basta cerrar los ojos y escuchar.

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