jueves, mayo 22, 2008

El duende


Otra consulta y un diagnóstico similar al de siempre, desprendimiento posterior de vítreos, palabras rimbombantes que para mí no hacían mucho sentido.

-Mamá, no tengo nada, he visto lo mismo por años, muchos años.
-De cualquier modo seguro tienes algo -me dijo sin prestarme demasiada atención. No es normal que vayas por ahí viendo luces.
-No son luces, es como un chisporroteo, pequeñas luces doradas, son bonitas, ya te dije que es mi duende.
-A veces me parece que estás loca, tal vez deberíamos consultar a otro tipo de doctores...

Sonreí y sin contestar me adelanté caminando hacia el puesto de café, llevaba años viendo aquellas chispas, pequeños puntos de luz brillante, dorada, brillante, de bella danza, justo frente a mi ojos en situaciones... especiales.

-Además me gusta verlas, son lindas y cada vez son menos frecuentes, es como si estuvieran perdiendo fuerza. Me animan.

Aquella fue la última vez que consultamos a un médico al respecto, las luces apareciaron cada vez con menos frecuencia hasta desvanecerse en mi memoria, a veces las extrañaba, siempre me producían calma, una sonrisa, tranquilidad.
Los años pasaron desde aquella dulce adolescencia en donde las vi con tanta frecuencia, me convertí en una mujer de negocios, llena de compromisos, trabajo, miles de horas frente a una computadora intentando superarme día con día, convirtiéndome en lo que mis sueños habían proyectado, gerente comercial de una pequeña empresa transnacional y con miras de continuar en mi ascenso.

Todas estas cosas tuvieron por supuesto su precio, después de un bonito noviazgo y un tórrido matrimonio, a casi nada de los treinta me encontré con un divorcio, una bonita oficina y poco más que alguna cosas que podía comprar con el buen dinero que ganaba. La constante, soledad y trabajo, fiestas, citas, invitaciones, nada que me llenara el gran vacío que se había instalado en mi interior.

-Cuéntame algo de tu vida que no sepa.
Aquellos coloquios llenos de anécdotas que compartía con mi jefe nos daban un momento de esparcimiento y camaradería que disfrutábamos ambos y que después compartíamos con los demás empleados.
-Mmm, ¡ya sabes tantas cosas! Bueno, hay una anécdota fantasiosa que hace años no recordaba.
-¿Fantasiosa? -me preguntó adoptando su adorable expresión interesada.
-Cuando era niña, y aún de adolescente, solía ver chispas doradas, como un chisporroteo brillante a veces en la oscuridad. Cuando crecí, me llevaron a cuanto oftalmólogo se preciaba de serlo, pero con el tiempo desaparecieron y sólo me dieron diagnósticos médicos impronunciables.
-Y ¿cuál es la fantasía? te conozco, debe haber algo de magia en la historia.

Recostándome sobre la silla de mi escritorio me dispuse a recordar la teoría que me acompañó durante tantos años mientras él me miraba con expresión atenta, sus ojos dulces y su sonrisa abierta.

- Un duende -le dije devolviendo su sonrisa, -durante años me acompañó un duende, pero luego desapareció. Supongo que crecí y me volví aburrida y sensata.
-Eres la sensatez ambulante, la reina llena de mesura de este lugar. Seguramente el duende está esperando volver a verte cuando algún día, por fin grites esa fuerza interior que tan bien controlas.

Como siempre, en sus comentarios, un halago, una palabra amable y la motivación para trabajar diariamente hora tras hora por una causa ajena pero que consideraba tan mía.

- Me acompañaba en los momentos difíciles, ahí cuando me sentía sola y las desgracias infantiles tomaban proporciones insolentes, de pronto en la oscuridad, un chisporroteo, estrellitas doradas que al caer desprendían polvo de luz. Y siempre me hizo sonreír, me alentó y me acompañó durante las noches de estudio, las noches de sueños cuando planeaba quién sería, un futuro tan brillante como sus propias chispas.

- Tal vez desapareció porque lo conseguiste -me dijo inclinándose sobre la mesa para usar nuestro tono de conspiradores. - o ¡estás muy cerca!
- ¡Que va! -le rebatí. -estoy completamente perdida, ya no tengo esas ilusiones y esos motivos llenos de juventud, la separación con David ha matado algo muy dentro, tan dentro que no alcanzo a identificarlo, pero me gustaría volverlo a ver. Recuerdo cuando me acompañaba en los desamores de juventud, cuando lloraba por las noches por aquel que había preferido a otra colegiala o aquel a quien no me atrevía a decirle lo que sentía. Recuerdo especialmente una noche...
- ¿Si?
- Estaba muy triste, el primer desamor, ese con el que sientes que el mudo ha terminado.
- Lo se. -me dijo sonriente, -un sólo ser te falta y todo el mundo te parece inútil.
- Exacto, lloré amargamente durante horas porque el había preferido salir con otra. ¡Me sentía tan desafortunada! Y por él, un poco de rencor, vacío y un amor que se antojaba inmenso.

Estaban todas las luces apagadas, ya sabes, ese disfrutar de la melancolía y las lágrimas, tan solo la punta de un cigarro brillando en la noche. Entonces, cuando más inmersa estaba, ahí regodeándome en el dolor que me producía pensar en él con otra, de pronto el chisporroteo, acompañado de un sonido como de campañillas, me volví a mirarlo y aquella noche hizo su mejor espectáculo, las estrellas danzaron por la habitación dejando a su paso ese polvo de luz, como diamantina que cae. Danzó y brincó hasta arrancarme una sonrisa y otra, una carcajada al fin, apagué mi cigarro y junto al punto de fuego el chisporroteo comenzó a difuminarse.

Esa fue la última vez que lo vi, la última que realmente lo necesite. Sabes, me siento un poco así ahora, con la partida de David, he perdido todas las ilusiones, el trabajo no lo es todo ¿verdad mi amigo?
- No, no lo es, pero si tiene dos dedos de frente David regresará o tal vez regrese tu duende para hacerte sentir mejor.

Nos interrumpió el coloquio un breve llamado a la puerta. Adelante, grite sin muchas ganas, estaba muy cerca de ese recuerdo querido y no tenia ganas de enfrentar los día a día de mi caótica oficina y menos aún de mi caótico compañero que por tratar de llamar la atención del jefe era capaz de cualquier cosa.

Por suerte no era él, era ese muchachito nuevo de sistemas, que al contratarlo, tan serio y tímido me pareció; pero con una sonrisa contagiosa que siempre me provocaba una buen reacción. Ese que un día sin saber como ni el momento preciso, se había convertido en uno de mis grandes amigos, esos que te hacen pasar la vida con mejor humor y que siempre tienden una mano amistosa. Siempre tan responsable, estaba trabajando hasta tarde como nosotros, cerca de las once de la noche, tratando de desenredar el caos que nuestro último gerente había dejado en los sistemas.

-Voy a trabajar en la señal de Internet, tengo que desconectar el servidor, tal vez se queden sin señal unos cinco minutos.
- No hay problema. -le contestó mi jefe levantándose y caminando con su pasos enormes hasta la oficina de al lado, la cabaña, como le decíamos por estar revestida de madera. -Aprovechamos para recoger las cosas y nos vamos, ya ha sido suficiente por hoy.

Regresé a mi escritorio con una sonrisa, el equipo de trabajo que habíamos formado no le pedía nada a ninguno de los más unidos y productivos que puedan imaginar, sobre todo ese nuevo muchacho, Mauricio, encantador, lleno de vida que siempre tenia para mi una sonrisa, una palabra amable y de aliento. Un broma de lo más divertida, una solución con objetividad y calma.

Estaba por apagar la computadora cuando de pronto se apagaron todas las luces, esperé un momento a que se restablecieran o tal vez echaran a andar la famosa planta de luz que tantos dolores de cabeza nos había causado, pero espere inútilmente varios minutos y no se restableció. Me levanté y fui hacia el pasillo, ya no había nadie.

-Mau... -llamé y al no obtener respuesta me dirigí hacia el oscuro pasillo que conduce a sus dominios, el servidor. Tan sólo una leve luz que se filtraba por la ventana me permitió llegar hasta la puerta con pasos lentos y cuidadosos.
-Mau... ¿te ayudo en algo? - volví a llamar de nuevo y entonces lo oí, campanillas, muy suaves, muy tenues. Caminé hacia el sonido y entonces alcance a percibir un poco de ese polvo de estrellas y luego el chisporroteo, las luces doradas de mi duende proveniente de la figura que afanosa luchaba con unas conexiones.

Me quedé boquiabierta mirando la danza de las luces provenientes de la figura conocida. Él parecía no darse cuenta, no verlas, pero danzaban a su alrededor brotando de las ágiles manos.
Se volvió hacia mí y con una sonrisita me dijo:
- Lo siento, creo que desconecté algo, ya esta lista la señal de Internet. Regresó la luz y conmigo inmóvil en el quicio de la puerta, Mauricio pasó a mi lado con su andar pausado y lleno de magia.