miércoles, marzo 02, 2005

Preludio de venganza




Lo conoció un fatídico día de Enero, por casualidades tontas él llegó hasta su casa con una carta y ella lo escuchó hasta el final. Él quería que ella le entregara esa carta a una conocida que asistía a su misma escuela, una tal: Sonia. Sara me lo contó aquel mismo día, no nos guardábamos secretos, al menos ella no.

- Conocí al novio de Sonia, vino a buscarme, ¿sabes? Es mucho mayor que ella, quiere que le entregue una carta, al parecer sus padres le han prohibido verla. Le expliqué que yo apenas la conozco pero él insistió tanto, que mañana me acercaré a ella y se la daré.

Noté de inmediato que había algo más, Sara hablaba de él de una manera extraña por lo que intuí que le había gustado y me sentí traicionado aunque sin mucha razón. La conocía desde pequeños y hacía ya algunos años que me daba cuenta de que lo que sentía por ella no era un simple amor filial, sin embargo no me atrevía a dar el paso final porque aunque sabía que era correspondido yo era casi diez años mayor.

Traté de sonsacarle la verdad pero ella insistía en que solamente le había sorprendido que él se tomara tantas molestias por lograr que ella le entregara la carta cuando conocía a varias amigas cercanas de Sonia.
- ¿Qué dice la carta? - quise saber.
- ¡No lo sé! ¡No voy a leerla! Está cerrada, debe ser una carta de amor.

Me sentí un poco más tranquilo, esperaba que el asunto terminara allí y mi Sara no volviera a ver al tipo de las cartas pues yo seguía pensando que él le parecía atractivo. Cuando ella mencionó su nombre me sacó de mis cavilaciones con gran sobresalto:
- …que le dijera de era de parte de Rafael Camargo y que….
- ¿Qué dijiste?- casi grité.
- Qué él me dijo que le dijera…
- No, ¡no! ¡El nombre!
- Rafael Camargo
- ¡Maldición!- Me incorporé de un salto, con las manos sobre la cara apretándome los ojos. Creo que ella me preguntó qué me ocurría, creo que incluso se enojó pues yo no la escuchaba, sólo trataba de controlar el torrente de ira y recuerdos que ese nombre me provocaba.

Al parecer el destino se empeñaba en reunirnos, ese infeliz regresaba a mi vida una vez más, peligrosamente cerca de la mujer que yo amo, del único ser cuyo destino puede realmente conmoverme.

Lo conocí cuando ambos estudiábamos en el Romano, una escuela para juniors expulsados de las buenas instituciones. Yo llevaba poco menos de un año allí, tras haber prendido fuego a los botes de basura del prestigioso colegio Felix de Jesús, mi amigo Fabián y yo habíamos llegado al Romano, a la mitad del año escolar, pues fue la única escuela que nos aceptó. En realidad aceptaban a todo el que tuviera unos padres dispuestos a pagar un buen fajo de billetes para lograr que su hijo enderezara el camino. Sin embargo, como en casi todo este tipo de instituciones, lo único que se lograba era que tuviéramos una enseñanza exhaustiva de fechorías, travesuras, algunas no tan inocentes y desfiguros propios de los jóvenes descocados en que nos habíamos convertido.

Nunca me ha sido fácil relacionarme con la gente, tengo un carácter agresivo, siempre contra las reglas, y suelo menospreciar a todo el mundo, pero a pesar de ello, Fabián y yo evitábamos problemas mientras nos fuera posible hasta que llegó él.

Rafael es un hombre extraño. Físicamente es rubio, alto y de ojos verdes, por lo que cuenta con una excelente tarjeta de presentación, hacía amigos al minuto y después los manipulaba para sus fines. Siempre he pensado que algo no marcha bien en su cerebro, al parecer tranquilo y mesurado, es un hombre violento y sin escrúpulos cuando de enfrentarse se trata, al parecer siempre por diversión. Lo extraño radica en lo que él considera divertido.

Al minuto decidió que el blanco perfecto para divertirse éramos Fabián y yo, quienes no contábamos con muchos adeptos dentro de nuestra "casa de estudios". Pero se equivocaba, yo nunca he sido presa fácil y Fabián era por algo mi mejor amigo.

Nos enfrentamos a él y a su nueva camarilla de amigos una semana después de tolerar todas sus burlas.

Nos hicimos de palabras, justo a la hora de la salida, y los golpes no se hicieron esperar, en el parque donde toda la escuela se daba cita cuando iba a haber una pelea, especialmente tan esperada como la nuestra. Cuando me enojo la furia me ciega, él había asestado el primer golpe y supe que al día siguiente tendría una bonita marca en la cara, por lo cual seguí golpeando hasta que él no se defendió más y sentí que Fabián me detenía por la espalda. Resulté vencedor. Toda la escuela presenció el enfrentamiento mientras Fabián se encargaba de evitar que un tercero interviniera. Una vez que vio que me había tranquilizado un poco, mi amigo me arrastró del brazo hasta su auto y nos fuimos de allí, compramos unas cervezas y nos mofamos un buen rato.

Rafael no apreció al día siguiente por la escuela, pero las burlas cesaron, viéndose sustituidas por murmullos cuando pasábamos de largo, ignorando las miradas de reproche que nos lanzaban nuestros compañeros. Sin embargo, de pronto parecía que algunos inclusive querían integrarse a nuestro dúo, cosa que hasta ese momento no había ocurrido, nos parecía divertido, pues de pronto éramos los más populares. Lo aprovechamos al máximo, y cuando Rafael regresó una semana después, los papeles se habían invertido.

Fuimos nosotros entonces quienes nos burlamos de sus ojos morados y la cortada en el labio, con nuestros nuevos amigos haciéndonos coro. Nunca volvió a molestarnos, pero yo sabía que habiendo destruido su popularidad y herido de tal forma su ego, algún día buscaría cobrársela y yo me sentía preparado.

Dos meses después llegó ese día, ahora comprendo el por qué, en realidad, lo orillé a ello, pues me encargue de convertirle a diario la escuela en un infierno. En las escuelas de varones suele ser así, si eres vencido de tal modo, todos te consideran un blanco fácil y se encargan de demostrártelo a diario, hasta que no puedes dar marcha atrás.

Se me plantó enfrente, pues después de todo era un tipo duro, y me desafió a encontrarme con él esa noche afuera de la escuela. Aún éramos muy jóvenes, muy bravucones y la juventud no es buena consejera, así que acepté el reto y acudí a la cita con Fabián, sin miedo alguno, estaba preparado para propinarle de nuevo una buena paliza.

Sabía que Rafael tenía un hermano de quien se corrían historias un tanto violentas, y tenía fama de no enfrentarse solo, así que le pedí a Fabián que me acompañara. Mi amigo iba armado con una 22 de mi padre que yo le había proporcionado y temerarios estacionamos frente al parque contiguo al colegio.

Rafael ya había llegado, estaba parado allí, solo. Todos mis temores se esfumaron y me bajé no sin antes advertirle a Fabián que me cuidara las espaldas. Me detuve a dos pasos de Rafael y me bastaron unos segundos para darme cuenta de que aquello era una trampa.

Vi a su hermano bajarse de un auto junto con tres tipos más, me rodearon y Rafael simplemente se hizo a un lado, mientras sus cómplices empezaron a golpearme. Al principio traté de resistirme, esquivé algunos golpes y repartí otros cuantos. Trate de escapar pero era tarde, uno de ellos me había abierto la frente y la sangre se me metía a los ojos impidiéndome ver con claridad. Tenían un palo y pronto caí al suelo sin muchas posibilidades de defenderme.

Fabián se bajó del auto y sacó el arma que yo le había dado, se paralizó un momento y luego al ver que me habían derribado disparó sin apuntar con el sólo afán de asustarlos. Sin embargo quiso la mala suerte que la bala asestara a uno de ellos, quien cayó al suelo sin sentido.

Rafael había previsto que yo acudiera con Fabián, por lo que cuatro tipos más se bajaron del otro auto y lo desarmaron por la espalda, lo golpearon y pronto tampoco él pudo defenderse.

Creía que Fabián lograría detenerlos, después de todo traía una pistola, y cuando oí el disparo supuse que todo había terminado allí pues los golpes se detuvieron. Me equivoqué pues pronto volvieron aunque eran menos pues Rafael y su hermano se habían retirado con su amigo herido. Perdí el conocimiento poco después, dejé de sentir el dolor y una negrura tranquilizadora nubló mis ojos.

Me despertó el movimiento brusco de un auto, abrí los ojos y no pude ver nada, me esforcé por acostumbrar mi visión y con horror descubrí que estaba dentro de una cajuela. A mi lado estaba Fabián, traté de moverlo y despertarlo pero él no reaccionaba, lo tomé por el cuello, y sentí su pulso, supe que estaba vivo pero estaba muy frío y acerqué su cuerpo para tratar de darle calor.

No sé cuando perdí el sentido pero en esa ocasión me despertó el frío y la humedad de la tierra. Estaba en medio de un prado, supe después que era el Ajusco, Fabián estaba a unos metros de mí, inconsciente o muerto. Traté de incorporarme en medio de un dolor avasallador en todo el cuerpo, lo logré y me acerqué a mi amigo, aún estaba vivo pero su rostro estaba cubierto de sangre y el miedo me dio fuerzas para caminar dolorosamente hacía una carretera que veía a lo lejos.

Llegué al camino tambaleándome, pasaron varios autos pero ninguno se detuvo, al borde de la desesperación me paré en medio y el conductor de un camión se paró renuente.

Cuando trasladamos a Fabián al hospital, me comuniqué a su casa, pero no encontré a ninguno de sus padres, y yo mismo tuve que firmar la autorización para que lo operaran. Me internaron a mí también que al fin sólo tenía cinco costillas rotas, la nariz destrozada e innumerables contusiones.

El horror de esos días ha quedado grabado en mi cerebro para siempre. Fabián sólo podría volver a caminar tras una larga y dolorosa terapia y aunque ya estaba consciente, no hablaba y parecía no reconocer a nadie. Nos miraba indiferente y cuando le hablaba volvía la cabeza. Sus padres y los míos me interrogaban constantemente pero yo no dije nada, antes tendría que lograr que Fabián me respondiera, yo sabía que había disparado el arma y podía meterlo en un buen lío si no me ponía de acuerdo primero con él.

Dos semanas después, Rafael entró a su cuarto y Fabián reaccionó al fin, furioso empezó a gritarle, pero nuestro agresor con toda calma le dijo que el hombre al que había disparado estaba muerto y que si lo denunciábamos él haría lo mismo. Salió cuando vio el horror de Fabián reflejado en su rostro y dejándonos derrotados, se alejó sin agregar palabra.

Apoyé a mi amigo todo lo que pude, sintiéndome inmensamente culpable pues el arma la había conseguido yo y en cierto modo lo había obligado a usarla por mi falta de conciencia. Le propuse averiguar si era cierto que el tipo estaba muerto, pero no sabíamos quien era y ni siquiera habíamos visto su rostro. Fabián estaba asustado, no quiso hacer nada, y yo respeté su decisión.

Pasaron cuatro años, Fabián se recuperó lentamente, y caminaba casi normal, pero el recuerdo de aquella noche seguía grabado con fuego en mi mente y en las cicatrices de mi cuerpo. Ambos abandonamos la escuela, yo me concentré en el trabajo, en la empresa de mi padre, y él a recuperarse. Nunca volvimos a ser los mismos, maduramos diez años tan solo en unas semanas, comprendimos que el futuro es tan frágil que no se puede confiar en él, y que muchas veces el presente aunque muy duro, es lo único que se tiene.

Dejamos atrás la época del amor a la vida, de las risas, en la que te sientes invencible, y asumimos toda la carga de la responsabilidad de un adulto, cuando éramos aún muy jóvenes. Aprendimos a vivir de una nueva forma, moviéndonos con cautela, o tal vez fuera recelo, ahogando los sentimientos, endureciéndonos cada vez más, convirtiéndonos en dos hombres solitarios, intolerantes y rencorosos.

Ahora casi ocho años después Rafael reaparecía amenazadoramente cerca de la mujer que amo. Decidí que era el momento de tomar venganza por todo lo que Fabián y yo habíamos perdido.





1 comentario:

monk dijo...

siguiendo la linea de quienes gustan de Sabina me encontrè tu blog... y la verdad.. me encantò... un saludo!!